Lo que me propongo compartir con ustedes tiene que ver con ciertos fenómenos que he notado que se repetían en el tratamiento de algunos casos de psicosis. No podría decir que estos se limiten con exclusividad al campo de la psicosis, pero allí es donde resultaban más evidente. Al comienzo era un dato que ni siquiera me generaban curiosidad, diría más bien que me producía una cierta incomodidad. Sin embargo, en la repetición que se sucedía con distintos pacientes se produjo ese paso de la incomodidad a la curiosidad, así que empecé a compartirlo con algunos otros; para luego transformarse en un elemento al que le prestaba la mayor atención posible, e intentar dilucidar qué efectos tenía aquello que estaba presente en diversos tratamientos.

No creo poder decir directamente de qué se trata, más bien puedo empezar a rodear la cuestión a partir de una pregunta: ¿Qué lugar ocupa la persona del analista en la cura? La respuesta inmediata nos la da Lacan, en La dirección de la cura y los principios de su poder. Allí dice que entre los pagos del analista -ya que no es solo el paciente quien paga- tienen que estar no solo el de sus palabras y su juicio, sino el de su persona, cuanto que, diga lo que diga -el analista-, la presta -su persona- como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia. Es decir, que esos fenómenos singulares se presentan en la transferencia pero se distinguen de ella.

Sabemos que ese texto, Lacan lo escribe intentando reorientar la dirección de la cura, ya que la clínica habían tomado el sesgo de la contratransferencia, es decir, aquello que el analista experimentaba, habían tomado el relevo, transformándose en pivote de la cura de un sujeto. Era necesario, así lo pensó, devolver al dispositivo freudiano las coordenadas de la abstinencia, para hacer el lugar del muerto y como un espejo de lenguaje, devolver lo que le es mostrado en palabras, haciendo olvidar al paciente que se trata únicamente de palabras, pero eso no justifica que el analista lo olvide a su vez.

Este principio que Lacan formula siguiendo la letra freudiana, ¿se aplica cada vez o hay momentos en los que el analista ocupa el lugar del espejo vivo? Digamos que para algunos sujetos la aparición del espejo vivo resulta necesaria para proseguir un tratamiento, haciendo evidente que por un instante se trata de dos. Y no por ello el analista está cerca de perder la senda marcada por Freud en sus consejos técnicos, puesto que en su estrategia es lo más libre posible siempre que esta esté supedita a la ética del deseo.

En lo que sería la persona del analista podría incluir los rasgos especulares de su persona, que tal vez, para el analista, su persona, no es del todo consciente, ni puede eliminarse por completo. Aparecen las observaciones de los pacientes respecto del pelo, de la ropa que lleva puesta, de los objetos que reposan sobre el escritorio, qué almorzó ese día, si es casado o no. Algunos sujetos no reparan en intervenir sobre la imagen del analista. Entonces esa intervención, observación, interrogación, acerca de la imagen del analista puede producir una cierta torsión respecto de lo que viene sucediéndose o lo que no viene sucediendo en el tratamiento.

¿Qué es esa imagen? ¿Qué uso hace de esa imagen el sujeto? ¿Qué cosas son proyectadas sobre ella? ¿Qué es eso que sucede cuando al analista le preguntan sobre algo de su vida? Instante fugaz en que el sujeto levanta la mirada y se siente interesado por aquel partenaire, del que en otros momentos puede exigir la mayor rigurosidad y la más absoluta ausencia de subjetividad.

Se trata entonces de un detalle que cualquier otro discurso podría desestimar, es lo que hace que el psicoanálisis ex-sista en relación con otros discursos, con los que podríamos decir que el psicoanálisis comparte algún territorio. Esta ex-sistencia del psicoanálisis Lacan la trabaja en detalle en la conferencia Psicoanálisis y medicina o mismo en varios de sus seminarios, pero ya está presente en muchos de los escritos de Freud.

Ese detalle, que puede ser desestimado por su incomodidad, por la angustia que despierta en el practicante, se presenta como la marca, la pica, que indica el camino hacia una dimensión de la cura que hasta ese momento había permanecido escondida en las sombras del dispositivo. 

 

Quiero compartirles un breve dialogo, algunos dichos de un paciente durante un tratamiento que duró un cierto tiempo, pero antes quisiera ubicar algunos antecedentes. Se trata de un paciente que me es derivado en una institución, sin que él solicitara ningún tipo de tratamiento. Durante un primer tiempo, las entrevistas iban sin goyete, el analista se encontraba desorientado, resultaba más una suerte de acompañamiento durante su estadía institucional, que un esbozo de tratamiento. La estrategia tenía que modificarse. El analista abandona cualquier pretensión de ayudarlo o de guiarlo hacia lo que se espera de un paciente institucionalizado, maniobra nada sencilla cuando se está inserto entre una pluralidad de discursos.

Poco después de una salida de la que vuelve muy perturbado, el paciente cuenta que siente la presencia constante de las miradas de los otros, una mirada invasiva, excesiva, que lo deja en un desamparo absoluto. Se vuelve objeto de un goce opaco que, dice él, “me estigmatizan por mi pasado”, de lo que nada puede decir por resultar demasiado “pesado”. Estas miradas se presentaban indistintamente, se filtran por cualquier lugar (con sus compañeros, en la calle, con la familia…), obligábandolo a recluirse o a salirse de la escena del mundo, en pequeños pasajes al acto, que pueden ser lastimarse los brazos, romper cosas o autointernarse...

En este contexto dice en una entrevista:

- Me mirás como si me estuvieras escuchando

- Ah, ¿si? ¿cómo es eso?

- Claro, es como si me mirás, pero está vacía esa mirada.

- Una mirada vacía.

Asiente con la cabeza.

En el seminario sobre los cuatros conceptos fundamentales, Lacan aborda con especial énfasis una de las formas del objeto a: La mirada. Ya en el seminario X había presentado la mirada, pero a diferencia de este, y hablando de la pintura y del observador, dice que la mirada se depone como se deponen las armas, en el sentido en que estas se dan. Sin embargo, existe otro sentido de la palabra deponer, que resulta interesante tener en cuenta, que refiere a quien se quita los semblantes de autoridad eclesiástica.

Este doble movimiento del analista permite que el sujeto seda el objeto que lleva demasiado pegado al cuerpo, entre sus prendas, guardado en el bolsillo dice Lacan. Entonces como hizo Freud mientras inventaba el dispositivo analítico, al introducir el diván, considera necesario quitar del campo del sujeto el pequeño a, para que un saber se produzca. Un saber que como tal no tiene propiedad, ni utilidad en el mercado de los saberes, pero que acarrea consecuencias a nivel de la vida, del cuerpo y de la posición de un sujeto ante aquello que resulta imposible de soportar.

Lo que sucede a continuación es un movimiento que le permite al sujeto hacer un giro, en el cual el objeto se cede, al menos por un momento, permitiéndole decir: puede que me miren de esa manera porque tengo una mirada muy dura. Se trata de una “mirada muy dura” que tiene efecto en el modo en que los otros lo miran, dice que una tarde al ir a la cancha a ver un partido de futbol con su cuñado, alguien lo miraba, pero reconoce que era él quien estaba mirando y que por esa razón lo miraban de esa manera.

Lo que comienza a suceder en las sesiones, de manera completamente contingente, puesto que había un birome y unas hojas sobre el escritorio, es que empieza a dibujar rostros con ojos, que el analista deja que haga no sin algún comentario. Lo que eran dibujos a secas, a veces unos simples garabatos, pasan a ser “caricaturas” en las que el analista empieza a ser retratado de forma “chistosa” con sus anteojos.

Esa parte del cuerpo del analista, esa mirada que no es ni dura ni blanda, ni buena ni mala, sino que se ofrece vacía. Lo que está puesto en juego es una oferta que permite, o habilita, que su persona sea tomada para ser representada en la secuencia de dibujos que el paciente va a hacer durante las entrevistas, modelando de forma caricaturesca a “su psicólogo”.

Y el analista deja hacer, siguiendo la indicación de la técnica analítica que consiste en dejar hacer, permitiendo que esos encuentros se conviertan en una suerte de atelier, donde paulatinamente se van bosquejando, ahora sí con palabras, las imágenes de los hombres de la familia. Aparecen las referencia al padre real, que al parecer siempre estaba bien peinado, siempre bien arreglado “Mi papá era un hombre muy pintón, él era actor”, dice. Más adelante traerá una foto del mismo para mostrarme la pinta que tenía.

Luego aparece en su relato un segundo hombre de la familia, un tío. Este tío también era alguien de muy buena apariencia física, que fue jugador de futbol, del que dice heredar algunas prendas de vestir, pero que en algún momento se perdieron o se las quitaron. Se abre un tiempo de fragmentos de su historia -¿o hysteria?-, un relato construido en una suerte de tiempo pulverizado, desprovisto de la apoyatura que puede dar linealidad cronológica.

La referencia al padre no tiene nada de tributario con Nombre-del-Padre, y el efecto metafórico que Lacan teoriza como elemento de diferenciación estructural entre neurosis y psicosis. Función que capitona la cadena discursiva de un sujeto. Significante que opera sobre el Deseo Materno, que en un caso como este es completamente avasallante. A pesar de que no se trate del Nombre-del-Padre, aquí la referencia al padre no falta, por el contrario, orientar el armado de un cuerpo que pasa de las remeras con calaveras, desgastadas, perforadas o sin mangas, a una paulatina pero incesante transformación de la su imagen. La referencia paterna no es la que introduce al sujeto en la neurosis, sino más bien parece referirse al padre de la realidad, más o menos bueno, amable, viejo, actor, enfermo, en última instancia se trata del padre normal. En este caso es bien clara la distinción, entre aquello que se tiende a confundir, entre el padre normativo y el padre en cuanto normal.

Ese padre-actor o actor-padre, se vuelve una referencia no solo en el modo de cuidar su aspecto físico, sino que aparecen algunos recuerdos de los cuidados que tenía su padre para con él. Un puñado de consejos dispersos, capaces de proveer alguna señal en esa aridez, en esa estepa; gracias a los cuales encuentra alguna orientación que haga que su vida resulte más vivible. El cuerpo desmembrado, perforado, desnudado por la mirada de los otros, susurrado por palabras indescifrables de conocidos y ajenos, comienza a vestirse con nuevas prendas, lava sus zapatillas, usa “zapatitos”, dobla prolijamente su ropa, zurse con aguja e hilo las prendas perforadas.

Entonces el acondicionamiento físico.

Si la vestimenta, el arreglo personal y la pilcha, toman toda su importancia, la ropa tiene que vestir algún cuerpo, es necesario dar carne a esas calavera que llevaba impresa en las remeras. Es cuando, con su acompañante terapéutico, sostén fundamental para poder transitar las calles, empieza a concurrir a un polideportivo en el que realiza “acondicionamiento físico”. Durante ese periodo, viene al consultorio, se recoge las mangas de la remera y doblando los brazos muestra como habían crecidos sus músculos, explica qué tipo de actividad hace, los cuidados que tiene que tener. Y aclara que el ejercicio le da endorfinas ¿qué son las endorfinas? Algo que aparece y que lo hace sentirse mejor pero que no puede explicar, significante que entra en vecindad con el ´acondicionamiento físico´, y que más tarde lo llevará a pasar horas bajo el sol del mediodía para obtener las endorfinas que le darán energías. Se trata de una energía que contrastaba con la oscuridad en la que quedaba cuando se acostaba en su cama, invadido por pensamientos, que lo sumergían más y más en un estado de abulia lleno de padecimiento.   

No hace falta que diga que el ´acondicionamiento físico´ se vuelve orientador no solo en la cura, sino del deseo de este sujeto. Un deseo que hasta entonces que se ha mantenido en huelga. Digo en huelga, pero porque también puede presentarse en changas o como un trabajador incansable, no es este el caso. Para avanzar en esa dirección del deseo me apoyo en Colette Soler, cuando dice, refiriéndose a la psicosis: “los fenómenos de lenguaje de la psicosis son solidarios de fenómenos específicos a nivel de la regulación del deseo y del goce. Para el primero, el deseo, va de la abulia hasta la voluntad inflexible, o sea de la ausencia de deseo hasta su máxima rigidez” (Soler, 2012, p. 103). Entre uno y el otro existe un espectro de posibilidades.

Volviendo a nuestro caso, lo que permite el pasaje, el movimiento, de un estado del deseo a otro, es el cuerpo. El tratamiento del cuerpo resulta una suerte de conversor del goce en deseo. Una conversión que solo es posible con la aparición en el análisis del significante ´acondicionamiento físico´ y aquellos significantes que se encuentran en una relación de vecindad con este.

La cuestión de lo físico es un elemento de enlace no solo de su propio cuerpo, sino también con los otros. Se interesa por si su analista se afeitó, y si lo hizo por qué lo hizo… lo mismo sucede con su pelo, del cual dice que no lo lleva bien, que hay que cortarlo -lo que en algún punto podía resultar cierto-, a lo que el sujeto se ofrece en varias oportunidades a hacerlo, y que el analista responde, una y otra vez, que por el momento prefiere continuar con su peluquero. Él asiente. Se trata de un tiempo en el que él mismo se corta el pelo, va experimentando usarlo de una forma o de otra, disimulando las “entradas”  que va dejando la caída del pelo por el paso del tiempo.

Quiero agregar una cosa más antes de concluir, que consiste en un giro que hace hacia el campo de la medicina. En determinado momento del tratamiento empieza a presentarse lo que llama: “temblores”, que se dan en todo el cuerpo, pero especialmente en las manos. Lo que lo lleva a consultar a distintos especialistas. Hacen estudios de neurología y el resultado es que no hay compromiso orgánico. Entonces el psiquiatra... pero este dice: la medicación que toma no produce temblor. ¿Dónde buscar el enigma de sus temblores corporales? “El temblor es por las cosas que tuve que vivir” o “una vez en la clínica tal me inyectaron con algo que me envenenó”, explicaciones bien diferentes. Los “temblores” no son el único motivo que lo introduce en los circuitos médicos, aparecen las neumonías, las consultas por dejar de fumar, para evitar la caída del pelo… Pero sin lugar a dudas es una dimensión del cuerpo que lo compromete.

 

Referencias Bibliográficas

- Lacan, J. La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 2. México: Siglo XXI.

- Lacan, J. Psicoanálisis y medicina. En Intervenciones y textos I. Buenos Aires: Manantial.

- Soler, C. Las lecciones de la psicosis. En Revista Aun 6. Buenos Aires: Letra Viva



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