Uno de los
primeros textos que leí de Lacan fue “La subversión del sujeto y la dialéctica
del deseo en el inconsciente freudiano” (1960). Mi primera dificultad fue
entender el título. Después de haber estudiado psicología, me atrajo el hecho
de que el tratamiento subvierte al sujeto, que, desde la perspectiva de la
psicología y la filosofía, es diferente al sujeto en el tratamiento psicoanalítico.
Aunque la respuesta a mi pregunta se basaba en la simple suposición de que el
tratamiento depende de la forma en que se conceptualiza al sujeto, solo se
cristalizó para mí lentamente, tras mi experiencia de psicoanálisis y la
lectura de textos con miembros de la EPFCL-Escuela Francesa de Psicoanálisis.[1]
En este
artículo intentaré presentar algunos elementos de la teoría y la práctica de
Lacan que me permitieron captar la noción de subversión del sujeto y comprender
la posición del psicoanalista como interlocutor que podría responder a la
interrogación sobre la esencia del sujeto. Queda por saber si, hoy en día, esta
subversión del sujeto une o no a la corriente lacaniana con las otras
corrientes del psicoanálisis, practicadas por los miembros de la Asociación
Psicoanalítica Internacional (IPA) fundada por Freud.
En los años noventa,
cuando estudiaba psicología en la Universidad de Varsovia, la práctica estaba
dominada por la corriente terapéutica llamada Gestalt. Sus creadores, que
habían recibido una formación psicoanalítica clásica, desarrollaron un enfoque
considerado como parte de la corriente humanista y fenomenológica de la
psicología, cuyo objetivo era “eliminar los bloqueos y las pérdidas en
la figura humana para llegar al auténtico yo.” Su metodología consistía en “explorar
el continuo de la conciencia, ampliar los límites de la conciencia sensorial,
alcanzar las necesidades y los deseos” (Sęk, 2019). Además, la enseñanza
académica del psicoanálisis de Freud oscilaba entre la simplificación y la
incomprensión. Esto sigue siendo así hoy en día, aunque entretanto el enfoque
cognitivo ha sustituido a la Gestalt. De esta enseñanza aprendemos que hay motivos
inconscientes que influyen en los pensamientos y acciones de los sujetos, de
los que se protegen mediante diversos mecanismos de defensa. Anna Freud, que
tomó el camino del análisis de las resistencias atribuidas al yo más que el del
análisis del inconsciente, es más reconocida que su padre, el inventor del
psicoanálisis. Más precisamente, se enseña que, bajo la influencia de las
exigencias del superyó, el yo se defiende de lo sexual o de lo agresivo, que
proviene del ello y que tiene que ver con los deseos incestuosos del complejo
de Edipo (Mc Williams, 1994). Este concepto no ha chocado aún con la idea de
Lacan de que es el superyó heredado de la madre el que obliga al sujeto a
aspirar a un goce completo mientras que el goce es siempre parcial. La función
paterna, que ha pasado a formar parte del orden simbólico en Lacan, se supone
que atempera la búsqueda del goce unificador, así como la culpa que se deriva
de esta búsqueda insatisfactoria (Soler, 2011, p. 74).
A la luz de la
enseñanza de época, muchos estudiantes integran la idea errónea, pero muy
extendida, de que el psicoanálisis se ocupa de la sexualidad del sujeto
entendida como lo que la persona hace en el contexto de su vida sexual real.
Esto se debe, en parte, a que los estudiantes no consultan la bibliografía por
su cuenta, sino que prefieren escuchar las clases de los profesores. Esto no es
sorprendente: después de todo, son los profesores los que evalúan sus
conocimientos y excluyen la discusión de los mismos, que Lacan describe con su “discurso
universitario”, la matemática de uno de los cuatro lazos que, según él,
establece un vínculo específico entre los hablantes. Lacan describe este
discurso como aquel en el que se trata del saber del maestro (Lacan, 1968-1969,
clase del 18/6/1969) y del que resulta la producción de sujetos preformados en
su saber, a imagen del maestro. Pero este discurso es, según él, solo una de
las transformaciones del “discurso del amo” (Lacan, 1969-1970, clase del
10/6/1970) en el que el sujeto recibe del Otro, significantes que lo definen y
en los que cree (falsamente) poder reconocerse. Lacan dirá más tarde que no hay
amo, sino un significante amo S1 (1971-1972, clase del 2/12/1971) y que el
lugar que ocupa este significante en este discurso es el del semblante (Lacan,
1971, clase del 20/1/1971). Por lo tanto, no permite captar la esencia del
tema.
Los profesores
universitarios aprecian la construcción uniforme de la personalidad que propone
la teoría freudiana, basada en su teoría de las pulsiones y los estadios del
desarrollo sexual (que comienzan con la fase oral y pretenden culminar en la
fase genital) y en su consideración general del periodo infantil. Sin embargo,
no desarrollan el concepto de inconsciente y no destacan la importancia de la
huella de los recuerdos sexuales tempranos en el sujeto[2].
Estudiando a Freud, se comprende que la creencia en el pansexualismo del
psicoanálisis desvía en realidad la atención de la tesis, precisa, pero a
menudo difícil de captar (prueba de que todavía no está presente en la
enseñanza), de que se trata de una sexualidad infantil reprimida (Freud, 1905,
pp. 118-119) y no engendrada por la seducción de un adulto, como consideraba
Freud inicialmente, idea que refutó más tarde (Freud; Fliess, 1897, carta del
21/9/1897). A esto hay que añadir que los profesores no discuten los grandes
análisis freudianos con sus alumnos, incluso cuando realizan su propia práctica
psicoanalítica fuera de la universidad. Los casos paradigmáticos de Dora, el
Hombre de las Ratas, el pequeño Hans, la joven homosexual o el Hombre de los
Lobos siguen siendo desconocidos y no ilustran los conceptos clave del
psicoanálisis, como la transferencia, la repetición o el síntoma (Freud, 1935)[3].
Los cursos de
formación clínica y psicoterapéutica, que tampoco han cambiado mucho, consisten
en observar al paciente, reflejar sus sentimientos y experiencias y parafrasear
sus palabras para comprenderlo, así como describirlo a la luz de los criterios
del actual Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (CIE o
DSM). El tratamiento generalmente sirve para “reelaborar” áreas problemáticas
de la personalidad del individuo, con el fin de mejorar las relaciones y hacer
que se adapte mejor a la sociedad. Lo mismo ocurre con los cursos de
psiquiatría. Yo misma descubrí en el hospital lo que luego leí en libros de
Lacan sobre cómo no se debe tratar a los pacientes psicóticos.
En su texto “De
una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis” (1958, pp.
532 y ss.), Lacan presenta una idea opuesta a este enfoque psiquiátrico que, sin
embargo, se ajustaba a la hipótesis filosófica y científica relativa a la
existencia del sujeto como perceptor unificador. Aquí Lacan cuestiona la
referencia del fenómeno de la alucinación a parámetros de la realidad (por
ejemplo, si el paciente oye voces o susurros). A la luz de este postulado
psiquiátrico, contemporáneo de su enseñanza y que es también el fundamento de
la moderna psicología cognitiva, es a través de los órganos perceptivos cómo se
define la realidad del sujeto. En otras palabras, lo que los sentidos perciben
existe y, si el objeto de su percepción no existe, entonces estamos ante una
alucinación como perturbación de la percepción – “perceptum sin objeto”
(Soler, 1993). Al psiquiatra se le atribuye así el papel de amo de la realidad,
de juez que decide lo que es real y lo que no lo es, también según el discurso
lacaniano del amo.
Lacan propuso
un enfoque completamente diferente, a saber, que no son los sentidos los que
definen la realidad del sujeto, sino la relación del sujeto con su
inconsciente. A la luz de este concepto, basado entre otras cosas en el
análisis de Freud de las “Memorias de un neurópata” de D. P. Schreber (Freud, 1911;
Schreber, 1903), la alucinación constituye para el sujeto un
retorno al lenguaje del significante que antes había sido excluido de la cadena
inconsciente de significantes. La alucinación no sería, por tanto,
una perturbación de la percepción, sino algo que proviene del propio sujeto. El
sujeto es inmanente a su percepción. Así, contrariamente a todas las teorías en
las que el sujeto aparece como el unificador de las aperturas, Lacan lo opone
al sujeto del inconsciente.
Presento estos
ejemplos de la psicología y la psiquiatría académicas actuales para demostrar
un enfoque que se centra sistemáticamente en el yo del sujeto y en su poder
para dominar la realidad psíquica. En esta perspectiva, atribuida por Lacan a
la psicología y a la filosofía en general, el sujeto es el yo consciente que
piensa y habla según el principio cartesiano del cogito ergo sum. Es el
sujeto cuya esencia es ser una sustancia pensante, que cree saber lo que dice.
Este sujeto es el objeto de esa “subversión” en la que se apoya Lacan para
afirmar exactamente lo contrario, a saber, que, si se cree en el inconsciente,
el sujeto no sabe lo que dice. Teniendo en cuenta esto, Lacan situó al sujeto y
al objetivo del tratamiento de manera muy diferente, lo que se resume en su
fórmula: “El psicoanálisis le permitiría ciertamente esperar aclarar el
inconsciente del que es sujeto” (1973, p. 543). La cuestión es, pues, saber qué
es ese inconsciente según él.
En su texto
sobre la "Posición del Inconsciente", Lacan afirma que se trata de un
concepto de Freud, establecido a partir de la experiencia clínica y que surge
de la relación entre el analizado y su analista (1966). Este concepto freudiano
introduce otro campo de conocimiento, hasta ahora no descubierto y no descrito,
presente solo entre los hablantes. La idea de acceder a este otro conocimiento
mediante la abolición del ego como amo produce ya una subversión del
sujeto del cogito, clásico en filosofía, donde este sujeto es
considerado como la unidad que reside en el corazón de todas sus percepciones.
Con el concepto freudiano, el inconsciente produce un “yo pienso” al que no se
asocia este yo que dice “yo pienso”.
Descartes, con
su cogito, hace la distinción entre sustancia pensante y sustancia no
pensante y afirma la existencia del sujeto solo a nivel de la primera. Lacan,
en la elaboración de su formulación “anti-cogito”, plantea que, desde el
punto de vista del psicoanálisis, esta afirmación es problemática. En primer
lugar, los significantes dentro de la asociación libre se consideran como algo
pronunciado sin pensar y, por tanto, desde el punto de vista de Descartes, sin
sujeto. Además, el individuo no es solo un sujeto, sino que también tiene un
cuerpo y pasiones asociadas a él (Soler, 1999-2000, p. 59). Desde el punto de
vista de Lacan, a este cogito cartesiano le falta lo que está en la base
de toda voluntad, es decir, el objeto a como causa del deseo o el
síntoma que puede orientarlo. Según Lacan, el sujeto del cogito se
reduce así en Descartes al único sujeto supuesto al significante (Soler,
2002-2003, p. 62).
Por el
contrario, el sujeto al que se refiere Lacan constituye una estructura
inconsciente en lo que es y en lo que desea, una estructura que no es ajena al
cuerpo. El inconsciente como concepto freudiano está estructurado como un
lenguaje (1964, clase del 24/1/1964). Lacan considera que cuando Freud habla de
represión primaria, se refiere a la represión del sujeto inconsciente de la
cadena de significantes (1958, p. 554). Los significantes son efectos ejercidos
sobre el funcionamiento del sujeto, incluido el cuerpo. Estas representaciones
mentales constituyen elementos aislables y combinables, que nacen, por un lado,
de elementos del lenguaje como una letra, una sílaba, un fragmento de palabra o
incluso una frase completa, y por otro, de imágenes o gestos que han marcado al
sujeto durante su infancia.
En una relación
bajo transferencia, este sujeto inconsciente puede ser alcanzado por un cierto
tipo de interpretación por parte del analista, que apunta a los significantes
reprimidos de la pulsión, y por lo tanto a lo que está ligado a la manera de
gozar del sujeto. En consecuencia, la cuestión de la esencia del sujeto –que es
la pregunta de los filósofos, de los psicólogos y de todos aquellos que acuden
a un psicoanalista a causa de sus síntomas– no puede resolverse más que
remitiéndose a lo que se dice literalmente. Mientras que a la cadena
inconsciente de significantes solo se puede llegar descifrando la cadena
conscientemente enunciada, como en el caso del sueño de la Belle Bouchère
en La Interpretación de los sueños de Freud, que es un ejemplo
paradigmático (1900)[4].
Sin embargo,
Lacan parece ser el primer psicoanalista, después de Freud, que señala y
explica los orígenes de los límites del desciframiento en relación con el
objetivo de captar la esencia del sujeto. Al hablar, el sujeto tropieza
inevitablemente con la cuestión de su esencia, pero no reconoce que lo que
desea se le revela como lo que no quiere. A su vez, debido a su
desconocimiento, se considera a sí mismo como deseante en lo que lo constituye
como un Yo (1960, p. 815). De este modo, capta principalmente las exigencias
que son el resultado de sus vínculos con el Otro (por ejemplo, sus padres y
todos los que han pasado posteriormente por su vida), basadas en el amor o el
deseo.
Según Lacan, el
problema es que el significante solo representa al sujeto para otro
significante (1964, clase del 12/12/1964); por lo tanto, no nos dice qué es el
sujeto y no nos permite identificarlo. Así, cuando aparece un significante,
podemos suponer la existencia de un sujeto, pero sobre él no podemos decir nada
más. Invitar al analizado a asociar libremente equivale a empujarlo a producir
los significantes amos, S1, que lo representan como sujeto. Sin embargo, como
Lacan aclarará más adelante en su enseñanza, esto no explica de dónde viene el
goce del cuerpo (1972-1973). Sin embargo, es precisamente lo que se busca en el
discurso del analizado: lo que se oculta siendo un vector del deseo y de la
forma de gozar inconsciente del sujeto y que es la reacción del sujeto a su
primer encuentro con estas marcas de la sexualidad, vistas u oídas en otros o
experimentadas en su propia carne. Por lo tanto, en contra del enfoque de la
psicología y la psiquiatría, la normalización no es uno de sus postulados.
Captar la huella del goce inédito en el sujeto es un elemento clave para entrar
en análisis.
Lacan plantea
que el psicoanálisis solo puede comenzar una vez que el sujeto ha identificado
un síntoma singular en las entrevistas preliminares con el analista. Este
enfoque difiere del de Freud en que, según éste, el sujeto –siempre que fuera
neurótico– podía presentar numerosos síntomas, que el análisis debía reducir.
Sin embargo, lo que no ha cambiado desde la época de Freud es que el síntoma es
el portador de este nuevo goce del sujeto; según Lacan, todos los síntomas
derivan por sustitución de un síntoma de base. A diferencia de otros síntomas,
este síntoma singular es analizable cuando se apoya en una estructura similar a
la de la palabra (Lacan, 1966, p. 431). Este último se refiere al
mecanismo de la represión, que consiste en la desaparición de un significante
de la cadena, un significante cuyo índice es el plus de sentido.
El enfoque de
Lacan sobre el síntoma parece explicar la diferencia en la conceptualización
del sujeto en el tratamiento analítico entre el psicoanálisis lacaniano y la psicología
de todas las corrientes. En el análisis lacaniano (subrayo esto, pues no estoy
segura de que se aplique a otras corrientes que se autodenominan
psicoanalíticas y que operan dentro de la rama polaca de la IPA), se supone que
el analista está advertido de que debe tener en cuenta que los significantes de
la queja de la persona que acude al psicoanalista llevan un determinado
significado del sujeto, pero no del sujeto inconsciente. Entre los grandes
análisis de Freud, comentados por Lacan, la descripción del caso del Hombre de
las Ratas parece muy útil aquí a modo de ilustración.
En este caso de
neurosis obsesiva, hay un pasaje en el que, ante el pensamiento de la “tortura
de las ratas”, el paciente de Freud es incapaz de hablar y su rostro está marcado
por un terror causado por su propio goce ignorado (1935). Lacan, en “El mito
individual del neurótico...”, si bien coincide con Freud en este estado
simultáneo de horror y fascinación, señala que la imagen de la “tortura de la
rata” dibujada por el Capitán cruel del ejército provocó en el paciente de
Freud la actualización de las temáticas de su neurosis infantil. Lacan observó
que, tras la inducción de la angustia, la imagen de la tortura aparecía en el
paciente bajo la forma del típico miedo obsesivo a verla infligida a sus seres
más queridos: su amada y su padre, aunque este último ya no estuviera vivo y
quedara reducido a una figura imaginaria (Lacan, 1953). Con este caso
freudiano, Lacan nos muestra la diferencia entre el sujeto representado por la cadena
significante que transmite sus propios deseos e impulsos, y lo que resulta para
este sujeto del discurso de sus Otros parentales, por lo tanto, de sus
significantes amo S1, que se supone lo identifican. Es importante subrayar esto
en relación con su entrada en el análisis. Aunque el Hombre de las Ratas,
del alemán Rattenmann, le cuente a Freud sus aventuras y le describa el
cuadro de su neurosis, no puede comenzar su análisis únicamente a partir de su
identificación con el oficial de reserva y todos los ideales del yo que ello
conlleva, por los que espera ser admirado por Freud. Para ello es necesario que
se incluya en su discurso un significante del inconsciente, un significante del
síntoma que oprime al sujeto y en el que éste no se reconoce, en este caso la
rata, del alemán Ratte. Así, aunque el sujeto tenga la tentación de
deslumbrar a su analista con estos significantes del ideal del yo (por ejemplo:
ser un oficial, como su padre, listo para ir a la guerra), el punto de
inflexión corresponde al momento en que se enfrenta a los significantes de su
goce ignorado.
El significante
“rata”, Ratte, remite a toda una serie de otros significantes que, a
partir de su sonido en alemán, forman una red en la que quedan atrapados la
vida y el ser del sujeto. Parece que Lacan fue el único entre los
post-freudianos que retomó y repensó este mecanismo de entrada en el lenguaje
que produce el sujeto. Lacan insiste en que el sujeto que viene al mundo se ocupa
primero del sonido de los significantes, que describe con su neologismo lalangue,
y que solo con el aprendizaje de la escritura y la lectura, que vienen después,
empieza a tener en cuenta lo que entra en las reglas de la ortografía y la
gramática. Así, en la asociación libre con la palabra Ratte, aparece Spiel
Rate, un significante que constituye una huella de la deshonra paterna, ya
que esta expresión designa a la vez la apuesta perdida en el juego por su padre
que nunca devolvió a un colega del ejército y un juego de ratas que se
manifiesta por la desaparición de la consonante "t". Otro ejemplo se
da con la palabra Heiraten, casarse, que lleva al motivo paterno de
elegir una esposa, pobre o rica; también está el nombre Rattenmamsell,
la matrona rata de un cuento infantil. El paciente de Freud también ha
sustituido el dinero por las ratas estableciendo una equivalencia: “Tantos
florines como ratas”, de nuevo basado en el sonido similar de las palabras Ratte,
rata, y Rate, tasa.
A medida que se
descifra e interpreta esta red de significantes, la obsesión del Hombre de las
Ratas disminuye, pero sin explicar el aspecto corporal de su síntoma, a saber:
¿de dónde procede este goce persistente? La respuesta es que el origen del goce
del síntoma es contingente. En este caso, se trata de la combinación
accidental del significante “rata” con un acontecimiento corporal, en el que su
propio cuerpo había sido “torturado” por los oxiuros. Este
acontecimiento estableció las condiciones para que experimentara el goce
sexual, por un lado, y por otro proporcionó una base para la fantasía del acto
sexual sádico del Hombre de las Ratas.
El ejemplo del
Hombre de las Ratas comentado por Lacan ilustra claramente el modo en que el
síntoma del sujeto se nutre de lo que no depende únicamente del significado,
sino de lo que proviene de la coalescencia de un elemento del lenguaje, a
saber, el significante Ratte, y un goce del cuerpo que viene per
rectum.
Por eso, a
medida que avanza su enseñanza, Lacan insiste en que el análisis no puede
limitarse a descifrar el sentido del síntoma, a riesgo de llegar a un callejón
sin salida. Esto se debe a la particularidad del síntoma que, a diferencia de
las otras formaciones del inconsciente que son acontecimientos del sujeto, se
perpetúa como acontecimiento del cuerpo, de ahí la idea de que cada sujeto
posee un síntoma nacido de una coincidencia fortuita que conduce al primer goce
corporal. En consecuencia, en la perspectiva del psicoanálisis lacaniano, a
diferencia de la psicología o la psiquiatría, explicar el significado de un
síntoma y curarse de él en el tratamiento son dos objetivos contradictorios, pues,
aunque el desciframiento del significado tiene un efecto terapéutico sobre el
síntoma, también lo alimenta.
Por lo tanto,
la asociación libre y el desciframiento en el análisis pueden continuar
indefinidamente. Pasar del significante S1 al significante S2 produce otro S1
que lleva a un S2, pero si S1 es capaz de representar a un sujeto para otro
significante, es incapaz de decir qué es ese sujeto y qué quiere. En este
sentido, el concepto de inconsciente tal y como lo concibe Freud no permite
afirmar que pueda haber una respuesta a la pregunta del sujeto sobre su esencia.
Así, se planteó para Lacan la cuestión de si la solución estaría en una
modificación del concepto de inconsciente o en el descubrimiento de otro medio
para alcanzar lo que no puede ser alcanzado por el significado, con el fin de
levantar la indeterminación del sujeto que solo se asume en el significante.
Lacan tomo ambos
enfoques. Comenzó modificando su conceptualización del inconsciente. Hasta Encore,
el inconsciente era para él una cadena significante, sujeta a las leyes de la
gramática. A partir de Les non-dupes errent (Seminario XXI), será
sustituido por el inconsciente que se refiere a lalangue y se compone de
Unos. Así, a la tesis planteada al principio de su enseñanza, según la cual el
lenguaje limita el goce entre los hablantes, Lacan añade la idea novedosa de
que el inconsciente constituye el aparato del goce y se convierte en un saber
que se goza, porque se puede descifrar, y los elementos de la lalangue
se pueden gozar[5]. El
significante ya no es del orden de la sustancia pensante sino de la sustancia
gozante, lo que subvierte una vez más el cogito cartesiano.
¿Cómo podemos
entonces, con este nuevo enfoque, llegar a lo real del síntoma? ¿Cómo, en lugar
de alimentarlo con sentido, puede morir de hambre? Lacan responde que la idea
de que el síntoma es real significa que conserva un sentido en lo Real. Así es
como “el psicoanalista, si tiene suerte, puede intervenir simbólicamente para
disolver el síntoma en lo Real” (Lacan, 1976-1977). ¿Cómo se puede lograr esto?
A través de una interpretación basada en el equívoco, que tiene así la
posibilidad de apuntar a lo real en desafío al significado gozado, el analista
ocupa la posición del interlocutor que podría responder a la pregunta sobre la
esencia del sujeto. De este modo, no cae en la trampa de la falta de diálogo
que genera el seguimiento del sentido. Sin embargo, hay que subrayar que más
allá de la captación del goce del cuerpo, el eje del enfoque lacaniano es
captar la respuesta a este goce accidental por parte del sujeto.
La idea de
Lacan de ir más allá del desciframiento de los significantes es importante si
creemos que solo se puede cambiar lo que ocurre del lado del sujeto, y que lo
que queda arraigado como condición del goce del cuerpo está sujeto a lo que él
llama identificación con el síntoma. En el ejemplo del Hombre de las Ratas, se
trata de la reducción de la neurosis obsesiva en el curso del desciframiento y
la persistencia de una fijación primaria en el erotismo anal. Como esta última
es una fijación de goce, lo único que puede mover el análisis es esta
fascinación del lado del sujeto. Lo que Lacan denomina identificación con el
síntoma, como algo que puede realizarse mejor al final del análisis, oscila
entre la resignación fatalista y la reinvención aceptada, según la medida en
que el síntoma del sujeto se preste al uso que cada uno pueda hacer de su
síntoma con fines de identificación (Soler, 2020, p. 118). Así, el objetivo
propio del análisis no es la identificación con el analista, como en la
corriente psicoanalítica de la psicología del yo, ya que identificarse con éste
equivale siempre a identificarse con el significante.
El “discurso
analítico” es propuesto por Lacan para describir el cuarto tipo de lazo entre
el analista y el analizado, que es el único que apunta al goce y lo interroga.
El analista desafía al analizado a decir la verdad sobre el objeto que falta,
pero como este objeto a es sin figura y sin significante, solo puede ser
abordado a través del discurso del inconsciente (Soler, 2009, p. 147). En este
discurso, el analizado es el sujeto barrado $ que tiene un cuerpo pero
que no es este cuerpo. El analista, en cambio, se deja producir a partir de un
objeto a del analizado, sin saberlo, procedente de su real, de un trozo
de cuerpo que ya le ha sido arrebatado: un pecho, un excremento, una mirada,
una voz. El analista obtiene el valor del objeto a para el analizado a
través del amor de la transferencia por parte de éste. Es a través de esta
posición que se puede interrogar el goce del sujeto. Pero esta presencia del
analista como objeto solo interviene a través de su decir específico en la
interpretación, que Lacan describe como su deber en el análisis. La presencia
del analista es causa suficiente para iniciar el tratamiento psicoanalítico,
pero es la presencia del decir la que hace el acto analítico. Gracias a este
acto, el analizado avanza entre la entrada y la salida del análisis.
Traducción al castellano: Anna Wojakowska-Skiba
Edición, revisión y corrección: Juan Manuel Moraña y Rodrigo Abínzano
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[1] EPFCL-Francia - L'école de
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[2] Véase Włodzimierz
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[3] Nota
de edición: Aquí la autora hace referencia a “Cinco psicoanálisis”, la
compilación de los 5 grandes historiales freudianos, modalidad en la que están
publicados dichos escritos en diversos idiomas, caso que no es el de las
ediciones en castellano. Creemos necesaria dicha aclaración por las menciones
sucesivas a dicha compilación.
[4] Véase Soler,
C. Ce que Lacan disait de femmes. Éditions du Champ lacanien, Paris 2003,
pp. 52-66.
[5] Véase Barillot,
P., Guérit-on de la névrose? Mensual 141, EPFCL-Francia 2021, p. 6-12.