La dimensión política de la dirección de la cura
Recientemente me preguntaba una estudiante en la
universidad: “¿qué es la dirección de la cura además de un escrito de Lacan?”.
La pregunta me sorprendió y me gustó mucho, aun cuando la respuesta no sea
sencilla.
Un tanto vacilante, dije algo así como que tal la
propuesta del escrito, la dirección de la cura está orientada por algo que
claramente no es el yo ni la conciencia. “¿Entonces cómo se hace?”. Respondí
que es imposible siquiera pensar en tal dirección por fuera de la ética del
psicoanálisis, la cual supone a un analista como producto de un análisis. Sin
embargo, de todas las cosas que dije un tanto incomprensibles para mi
interlocutora, pude notar que algo produjo cierto efecto de comprensión en
ella. Eso mismo me hace pensar que justamente eso no es lo más rico ni lo más
adecuado de las respuestas que pude ofrecerle.
Aun así, comparto aquí el pensamiento que esta potencial
futura colega me permitió encontrar en un fragmento marginal de lo que le dije:
Uno recibe a un consultante que tal vez
devenga paciente, incluso analizante, lo escucha, lo aloja. Como algo hay que
decir, uno interviene y a veces esas intervenciones funcionan como
interpretaciones. En algún momento, uno advierte que sus intervenciones y los
efectos interpretativos que recaen del lado del sujeto van llevando la serie de
encuentros hacia alguna dirección respecto de la cual no estábamos anoticiados.
Luego agregué: Como nuestra práctica y nuestra formación no se realiza en soledad,
sino que siempre estamos con otras/os colegas a quienes respetamos y con
quienes conversamos, estudiamos, supervisamos, en alguna de esas instancias,
compartiendo nuestra experiencia clínica con otras/os tal vez entendamos qué es
lo que estuvimos haciendo con ese tratamiento, cuál es la dirección de la que
aun inconscientes, sin embargo, somos responsables.
Después de esa especie de respuesta
que pude darle, no sé bien por qué, esta estudiante hizo una expresión como de
comprensión, tipo insight,
dándome a entender que daba por respondido su interrogante. Todavía agregué
algo más: De todos modos, te sugiero no
quedarte con esto que te digo, ya que esta respuesta es la que encuentro hoy,
pero posiblemente en la lectura del escrito de Lacan y en otras, y en el inicio
de tu práctica y cuando avances con tu formación, puedas encontrar alguna
respuesta mejor.
Entiendo que tanto en lo que atañe a la táctica, como
a la estrategia y a la política, en su escrito de 1958, Lacan deja en claro que en esos tres niveles de análisis de la presencia del
analista en el dispositivo, el efecto que él pueda ejercer está directamente vinculado
con el punto de llegada de su propio análisis. Ni el alcance de sus
interpretaciones, ni la maniobra con la transferencia ni la política del deseo
del analista pueden depender de otras variables que no sea el efecto de su
propio análisis.
En “Sobre la experiencia del pase”, Lacan escribe: “Del análisis se desprende una experiencia, a la que
es completamente errado calificar de didáctica. La experiencia no es didáctica.
¿Por qué creen, si no, que procuré borrar por completo el término ‘didáctico’,
y que hablé de psicoanálisis ‘puro’?” (1973). Esta cita y todo lo dicho antes,
me conduce necesariamente al problema de la intensión y la extensión en
psicoanálisis. ¿Intensión y extensión? ¿Qué es eso?
Intensión y extensión en psicoanálisis
Conversando con colegas acerca de la indicación sobre el psicoanálisis en
intensión y en extensión introducida por Jacques Lacan en la
“Proposición del 9 de octubre…”, me asombraron sobremanera los modos más o
menos aproximados, algunos verdaderamente creativos y originales, con que cada
uno de nosotros nos explicábamos ese punto de la propuesta lacaniana inherente
a la función de la Escuela.
Para empezar, un anuncio: la lectura
que voy a proponer pone a conversar lo contingente de cada uno, comprendido el
nombre propio de cada analista, con el plano del marco teórico siempre puesto a
prueba y, por eso mismo, confrontado a -y
en cierta medida preservado de- las
incidencias que prácticas orientadas por otros principios pudieran endilgarle.
Esta lectura incluye también en la discusión el nivel epistemológico, entendido
como la plantea J-C. Milner (1995): un marco teórico incluido en un “doctrinal
de ciencia” que admita al psicoanálisis. Problema arduo, pero no inabordable.
En este punto, los desarrollos de “La
ciencia y la verdad” (Lacan 1966) constituyen un aporte al que sería
conveniente volver, una y otra vez, hasta tomar dimensión del alcance que una
mirada epistemológica de tal o cual índole (se sepa o no que se está inscrita/o
en ella) puede provocar sobre las incidencias de la clínica. Eso por un lado.
Por el otro, tenemos el problema que comparece eo ipso al abordar el tema del marco teórico y la doctrina: el riesgo
de la falsificación, de la copia; shanzhai, tal el término chino que se utiliza en estos casos
(Han 2018).
Lo
necesario de la teoría y lo contingente de la experiencia
Dentro de las variantes -muchas y floridas- que proliferaban merced a
nuestros esfuerzos por comprender aquella indicación lacaniana, una
interpretación era la más recurrente. Tal vez porque en cierta forma, algo de
la escritura de la Proposición pareciera
sugerirla. Los colegas solíamos darnos la siguiente explicación: psicoanálisis en
intensión se refiere a los efectos didácticos, al saldo de saber de la
experiencia analítica, mientras que en extensión denota, entre otras
cosas, lo que en nuestra Escuela llamamos “las formaciones del campo
lacaniano”, situadas principalmente en los diversos Colegios Clínicos, sumado
ello a todas las demás actividades formativas que solemos desplegar desde
nuestras instituciones: citas, jornadas, congresos, seminarios, simposios,
conferencias, etc. Aproximadamente, así nos contábamos ese pasaje de la Proposición. Y, a decir
verdad, si uno revisa esos párrafos -los dedicados a la especificidad del
Analista de la Escuela- es posible esa lectura sin demasiado esfuerzo, ya que
tal sentido parecería aludido e incluso facilitado.
Sin
embargo, si atendemos a otras claves incluidas también por Lacan en esa sección
de la Proposición, el horizonte de significación es muy distinto. Nos lleva,
antes bien, a situarnos en los conceptos de intensión y extensión provenientes
de la lógica. Tan clásicos ellos que hasta resulta difícil encontrar a quién
adjudicarle la autoría (Carnap 1947; Rand 1966). De hecho, los manuales de
lógica dan por sentado que intensión
se refiere a los conceptos, a las definiciones teóricas, a los axiomas y a las
categorías, por oposición a extensión,
cuyo referente es el ejemplo (Ruby 1958). Podríamos decir entonces que al
concepto “formaciones del inconsciente” (intensión) le corresponde el ejemplo Signorelli (extensión).
Como
podemos notar fácilmente, el nivel conceptual o teórico es más afín a expresarse
como necesario en el registro de lo universal. Los lógicos lo plantean de ese
modo. Los conceptos, las categorías, las definiciones teóricas corresponden al
campo universal, en el sentido de que dan la clave de un universo o conjunto.
“Formaciones del inconsciente” entonces, para continuar con el mismo caso,
agrupa bajo su égida a un sinnúmero de fenómenos clínicos que, sin embargo,
ninguno de ellos tiene la facultad para alterarlo como concepto. Si así
ocurriera, estaríamos ante un problema teórico que merecería ser atendido del
modo más serio. El universo “formaciones del inconsciente” contiene n
elementos, cada uno de ellos un ejemplo que, como tal, participa de lo
contingente (me refiero a lo específico de cada caso).
Lo
interesante del asunto es que cada ejemplo, para poder ser reconocido como un
elemento perteneciente al conjunto del concepto en cuestión, debe reunir
algunas características en particular, incluso algunas muy específicas. De lo
contrario, no tendría derecho a reclamar su pertenencia a dicha clase.
¿Qué es un psicoanalista?
En este punto, me interesa
recordar cuál es la pregunta específica en torno de la que se constituye la
Escuela como tal. El objeto de la “crítica asidua” (Lacan 1964) y de los
“escritos por aparecer” (1974) sobre las cuestiones cruciales del
psicoanálisis, prescripciones que encontramos en el Acta de fundación y en la
Nota italiana respectivamente, nos orientan. Se trata de la pregunta que está
en el corazón del pase como dispositivo de investigación. La pregunta a la que
me refiero es la siguiente: “¿qué es un psicoanalista?”. El pase es, entonces,
el dispositivo de investigación que inventó Lacan para llevar adelante el
trabajo que permita ensayar respuestas a dicha pregunta. Ahora sí, se entiende
por qué, a propósito de la experiencia del pase, en la Proposición, Lacan
comenta que en la Escuela confluyen el psicoanálisis en intensión y en
extensión: ella constituye el organismo encargado de investigar, dilucidar,
averiguar, entonces definir y, por qué no -aunque a algunos pueda molestarles
la idea- también conceptualizar, qué es un analista. La Escuela, en intensión,
no de cualquier manera, sino a través de los pasantes, quienes se atreven a
poner en juego el cuerpo de sus testimonios, se sostiene como tal porque en su
centro funciona el dispositivo que intenta averiguar qué es un psicoanalista.
La
Escuela define, entonces, qué es un psicoanalista, se ocupa de eso, esa es su
tarea en intensión. En extensión, lo que ella hace es consecuencia lógica de su
trabajo intensivo: dice cuáles son los ejemplos, quiénes son aquellos que están
en condiciones de hacer que el psicoanálisis exista en el mundo. No es extraño,
entonces, que cada vez que a Colette Soler le preguntan si está preocupada por
el futuro del psicoanálisis, ella responda algo así como que su preocupación,
más bien, es que haya analistas. Se entiende, es lógico. En ese mismo sentido,
en la Nota italiana, Lacan escribía que “sobre lo que deberá velar -la Escuela-
es de que no haya sino analista”. Además, en su Proposición, advierte un
movimiento necesario, uno de muchos, para diferenciarse de una asociación de
profesionales: a fin de cuentas no se trata de
producir “analistas funcionarios”. Claro: se trata de que aquellos que se digan
analistas sean pertenecientes al conjunto de los tales. En la Nota italiana
incluso llega a hablar de una “marca” detectable por sus “congéneres”. Entiendo
que esa expresión de segregación de los propios -dispersos y dispares- alude a
una condición específica que designaría a cada uno de los Analistas de la
Escuela -y espero que también a cada miembro de la Escuela, a cada uno de
nosotros, propensos al mentado ejercicio de crítica asidua- como ejemplos de
aquel concepto, de aquella definición, de la respuesta cuya búsqueda activa es
correlato necesario de la existencia de la Escuela.
El ejemplo del analista
En cuanto al lugar de la
experiencia, nos queda otra disquisición por hacer. Así como la pregunta de
investigación, que da fundamento y orientación a la Escuela, constituye el
aspecto intensivo y, en ese sentido, participa del problema de los universales,
los ejemplos, en cambio, es decir los analistas, habitamos el campo de la
experiencia. Así como el poder no se ostenta -se ejerce o se desaprovecha-, del
mismo modo, cada ejemplo de analista funciona como tal si -y cuando- pone en
marcha los principios del poder que cada análisis dinamiza, y si participa en
los dispositivos de Escuela. El psicoanálisis en extensión, entonces, es la
experiencia de cada uno de nosotros, quienes con nuestro deseo animamos la
Escuela y hacemos que exista el psicoanálisis en el mundo no sin ella.
El
saber empírico, es decir ese tipo de saber hacer que surge de la práctica,
atributo que caracteriza el oficio de muchos que aprendieron lo que hacen
simplemente haciéndolo, sin corpus teórico, bibliográfico ni científico
del cual abrevar, es amigo de otro tipo de conocimiento: la tradición oral, los
mitos, el saber popular. Una oposición habitual suele separar a los empíricos
de los teóricos y, según el ámbito donde se esté, cualquiera de esos términos
puede ser utilizado como descalificación para atribuirle a los otros, si se
considera que o bien son meros “practicones” -como decía Freud del mesmerista-, o bien “ratones de biblioteca”.
Por otra parte, en el campo de
las ciencias -desde nuestra disciplina hasta la física o las matemáticas-
encontramos distintos tipos de saberes necesarios para sostener los cuerpos
teóricos de que se trate, tanto en intensión como en extensión. Con esto quiero
señalar que aun el conocimiento procedente de una práctica mundana, vulgar y
cotidiana, puede resultar fundamental para el sostenimiento de un edificio
teórico complejo y, por lo tanto, también para las prácticas que éste prescribe.
En
cuanto al psicoanálisis, encontramos una participación fundamental de los dos
tipos de conocimiento mencionados. La clave la da la relación entre el saber
textual y el saber referencial, en los términos en que Lacan los menciona
también en la Proposición. Podemos situar al primero de muchas maneras: eso que
se dice, la cadena significante que se asocia. Pero no cualquier cadena, sino
esa que Lacan escribe entre paréntesis debajo de la barra y cuya función -en el
sentido matemático- es la s minúscula,
significado al/del sujeto. La significación es, justamente, esa que se grafica
entre paréntesis: la asociación “libre”, el saber textual. El saber
referencial, inabordable de un modo que no sea indirecto, a través de la cadena
inconsciente, da muestras de su presencia inequívoca muchas veces con la
certeza loca de que eso está ahí, de un modo incuestionable. Freud sabe que
sabe ese nombre que olvida, a cuyo agujero, como automáticamente, acude Signorelli, shanzhai del inconsciente. El saber referencial
es letra, Unterdrück,
glifo impreso “a sangre” (à fond perdu) que se rebela. La
experiencia analizante lleva la delantera: ella ha enseñado al analista -saldo
didáctico- a alojar el saber textual de los nuevos aventureros que se atrevan a
la insubordinación y valor de la cifra referente, Bedeutung subversiva. Sin embargo, el analista habrá sido tal a
través de la experiencia de Escuela, ya que debe ser un ejemplo que aun autorizado de sí mismo no se autodefine
como tal.
La experiencia que transforma -de dínamos a energéia, de antítesis a síntesis-concierne en primer lugar al
analizante, negación de la negación del rechazo al inconsciente. Luego al supervisante, al cartelizante, al
pasante. El analista es sólo un ejemplo -nada menos- de las respuestas que la
Escuela puede actualizar para la pregunta que la instituye.
Bibliografía
-Carnap, R. (1947). Meaning and Necessity. A Study in Semantics and Modal Logic. USA: University of Press, 1996.
-Freud, S. (1901). “Psicopatología de la vida
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Buenos Aires: Amorrortu, vol. VI.
-Han, B. (2016). Shanzhai: el arte de la falsificación y la deconstrucción en China. Buenos
Aires: Caja Negra Editora, 2018.
-Lacan, J. (1958). La dirección de la cura y los
principios de su poder. En Escritos 1.
Buenos Aires: Siglo XXI.
-(1964). “Acta de Fundación de la Escuela
Freudiana de París”.
-(1966). “La ciencia y la verdad”. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI,
1998.
-(1967).“Proposición
del 9 de octubre de 1967 sobre el analista de la escuela”. En Ornicar? 1. Barcelona: Petrel, 1981.
-(1973). “Sobre la experiencia del pase”. En Ornicar? 1, op. cit.
-(1974). “Nota italiana”. En Otros escritos. Buenos Aires: Siglo XXI,
2012.
-Milner, J-C. (1995). La obra clara: Lacan, la ciencia, la filosofía. Buenos Aires:
Manantial, 1998.
-Rand, A. (1966). Introducción
a la epistemología objetivista. Buenos Aires: Grito Sagrado Editorial,
2011.
-Ruby, L. (1958). Logic. An
introduction. USA: Ed. Conroy Book Seller, 1960.