A qué se llama femicidio
El femicidio es un fenómeno que se
incrementa en todo el mundo. Cada vez más los hombres golpean o matan a las
mujeres. En Argentina, una mujer es asesinada cada 24 horas, situación que se
repite en muchos países. Intervienen factores socio-culturales, históricos,
políticos. Traspasa una lectura sociológica o de la llamada violencia de
género.
Tema muy complejo, que nos interpela como psicoanalistas, y desde
nuestra ética es importante responder.
Cuando se habla de femicidio, se
refiere al asesinato de una mujer por el simple hecho de ser mujer. Se
trata de un crimen de odio, que se produce en el marco de la violencia
de género, es decir,
del sometimiento a tratos crueles o dolorosos hacia un individuo motivados por
su género o por su orientación sexual.
Son frecuentes los crímenes en el marco de una relación afectiva. La mayoría
son víctimas de sus parejas o ex parejas.
También las personas trans sufren alto índices de violencia y
homicidios. Son manifestaciones de violencia por prejuicio, que se caracterizan
por la discriminación y el rechazo hacia las identidades y expresiones de las
feminidades trans.
El femicidio se ha vuelto objeto de
estudio de diferentes especialidades, el hecho en sí mismo rebasa cualquier
planteamiento unilateral, se necesita un análisis multidisciplinario para
abarcar su complejidad. Convergen diferentes variables, por un lado, lo social,
no se debe minimizar una realidad compleja como es la sociedad, y lo importante
de políticas públicas que erradiquen la discriminación y el odio del escenario
social y, por el otro lado, tener en cuenta el punto de vista psíquico que
implique una lectura y tratamiento del inconsciente de los individuos que la
conforman, aporte que podemos realizar los psicoanalistas.
Entonces, el femicidio, desde una lectura social y política, destaca el orden
patriarcal de las sociedades que somete a las mujeres a un lugar secundario respecto a
los hombres. Las distintas escuelas del feminismo, que es quizá el movimiento más
revolucionario que nos llega del siglo pasado, en ese sentido, juegan un rol
importante en la visibilización del contexto cultural
que permite, propicia y tolera el femicidio. Sin embargo, no podemos quedarnos
como única explicación el machismo y la desigualdad de género. En algunos
países donde las medidas de igualdad entre hombres y mujeres están más
desarrolladas, las cifras de maltrato doméstico no solo no disminuyen sino todo
lo contrario. Asistimos cada vez más a un incremento de muertes de mujeres. La
paradoja es que a mayores voces de mujeres que se alzan en contra del maltrato,
mayor cantidad de asesinatos, de intentos de hacerlas callar. ¿Pasa de ser este
vínculo íntimo violento entre los hombres y mujeres a un síntoma del malestar
en la cultura? ¿Hay un mecanismo de identificación propio al de las masas que
contribuye a su incremento?
Desde el psicoanálisis, y sosteniendo una política orientada por su ética, es importante no retroceder ante este tema y aportar a las consideraciones sociológicas nuestra lectura sobre cómo se constituye la subjetividad y, más concretamente, cómo cada persona se asume como ser sexuado. Si bien lo social: ideales sociales, mandatos, machismo, los discursos imperantes sobre lo que es un hombre o una mujer, atraviesan a toda una sociedad, estos factores sociales interaccionan con la historia de cada sujeto, con sus experiencias infantiles, su educación, y sobre todo con la posición subjetiva de cada uno, es decir como cada uno se posiciona con relación al goce propio y al goce del prójimo. Consideramos que el femicidio implica también una clínica del goce, del deseo y del amor. Por lo tanto, involucra la reflexión relativa a cómo entender la distribución sexuada y las modalidades de goce. Hay que tener en cuenta que este fenómeno se da en una determinada estructura psíquica, en una modalidad de relación entre los sexos, en una forma de anudamiento en una pareja.
Debemos añadir a este desencuentro estructural entre un hombre y una mujer lo que plantea Freud en “El malestar en la cultura” (1930): la pulsión de agresión, principal subrogado de la pulsión de muerte, que es una disposición pulsional, originaria, que se encuentra en todo sujeto, y que atenta contra los lazos sociales. Pulsión destructiva que puede ser usada en el prójimo, ya sea para explotarlo, humillarlo, usarlo sexualmente, martirizarlo y hasta asesinarlo. La historia de la humanidad da cuenta de la vigencia de estas pulsiones, las que deben sufrir un tratamiento de represión y de sublimación para vivir en sociedad y lograr posponer “el narcisismo de la pequeña diferencia” como lo llama Freud.La pulsión de muerte no logra eliminarse, ni educarse, pero sí cada sociedad y sus gobiernos de turno pueden darle un lugar y tratamiento que influirá en los modos de relación entre los seres humanos.
La segregación estructural guarda una relación íntima con la noción del odio. El odio es más
antiguo que el amor en relación con el objeto. El odio nace de la repulsa
primitiva del yo propio, que incorpora lo bueno y expulsa de sí lo malo, de
allí que lo hostil para el yo va a formar parte de lo ajeno, de lo que se
encuentra afuera. Y eso proyectado en otro, se convertirá en rechazado.
El
rechazo a lo femenino
Asistimos a una modalidad de
relación en la que prevalece la forma del exterminio del Otro. Lo que se
pretende destruir en el Otro es ese goce ajeno, éxtimo,
pero, a la vez, propio. El acto de violencia pretende abolir la diferencia que
la feminidad encarna y reintroduce en cada vínculo de la realidad social. Recordemos que para ambos el Otro sexo es
radicalmente Otro: es un lugar de la alteridad para cada sujeto. Es lo que por
esencia resiste a lo simbólico.
Las fórmulas de la sexuación dan cuenta de dos lógicas, la masculina, que por contar con una excepción que objeta el régimen fálico hace posible un goce regulado, y el armado de un todo. La lógica femenina se inscribe bajo la modalidad del no-toda en el régimen fálico. De esto podemos deducir que la mujer trae “la peste” justamente porque objeta el todo y el universal. Para el discurso analítico la problemática se plantea, entonces, no tanto como violencia de género entre víctimas–victimarios, sino en cómo se aloja la peste femenina.
Lacan afirma que la diferencia de los sexos se juega a la hora de relacionarse con el Otro sexo. Por lo tanto, los hombres y mujeres se distinguen no sólo por el más-menos en cuanto al falo, sino porque tienen una relación distinta en relación con la alteridad femenina, que está encarnada por el cuerpo femenino. Son dos modos distintos de fallar la relación sexual.
La mujer heterosexual es la que se confronta a lo real de su alteridad precisamente en ella misma. El odio entonces aparece en la medida en que lo femenino encarna una lógica distinta, la de la falta, la de lo que no se tiene, que escapa a esa la lógica del tener. Las mujeres encarnan la otredad y es por eso que el odio a lo femenino, que es inconsciente, es de estructura.
Lo que el hombre asesina, lo que busca eliminar
en la mujer es precisamente su deseo y su goce como mujer. Ese goce que la hace
otra, incluso para ella misma.El odio
masculino se dirige a ese goce femenino que no puede ser dicho, contado,
contabilizado. Un goce que resulta enigmático para el hombre que exige su
confesión. El sadismo y la violencia sexual acompañan a este interrogatorio que
no tiene límite, porque ninguna confesión sería suficiente. No tiene límite
porque es la feminidad misma, el goce femenino, el que resulta intolerable.
Hay un exilio entre los sexos que es fundante para el psicoanálisis y
cada época ha dado diferentes tratamientos a lo femenino. Hay otras modalidades
de rechazar lo femenino, por ejemplo, la misoginia, la ética del soltero.
Por su lado, el hombre puede
quedarse “casado con su falo”, al decir de Colette Soler (Soler, 2006). Pero hay una forma más sutil, neurótica, de
eludir a las mujeres, utilizar el goce fálico en el encuentro con una mujer,
pero sin abordar la alteridad femenina.
Lacan, habla de una
ética del soltero encarnada por Montherlant, es una
posición, una opción de goce definida por su consagración al Uno fálico,
eludiendo la relación amorosa, que requiere un paso al cuerpo del Otro que el
goce auto-erótico rechaza. Pero más allá de su estado civil, la ética
del soltero es el goce del idiota, el goce masturbatorio, el soltero se hace
sólo el chocolate, dice Lacan en el seminario 17, El reverso del psicoanálisis (Lacan,1969)
tomando la frase de Marcel Duchamp. Hay un rechazo de lo Otro
Amores
estragantes
El amor connota una ilusión de
fusión, del encuentro, de ser uno.
En el fracaso de la relación sexual encuentra su lugar el amor.
Cada época tiene una modalidad de vivir el amor. Pareciera que ya nada queda del amor cortés de antaño y hoy prevalece un amor que mata. Estamos en una época de amores trágicos, con poca tolerancia a la frustración, adolescentes que ante el desengaño amoroso se cortan o agreden al otro, parejas en las que prevalece el maltrato y destrucción. Sabemos que la pareja es un proceso complejo, existe un desencuentro entre el hombre y la mujer, con lo no dicho sobre el goce de cada uno, haciendo que haya un punto irreductible en la transmisión. Es un proceso proclive a caer al exceso perverso, por un lado, o bien al enamoramiento idealizante, por el otro.
Cuando el estrago se instala, no hay lazo posible entre un hombre y una mujer. Es decir, un estrago designa sufrimiento, dolor, pero, a diferencia del sinthome localizado del lado masculino, del lado femenino la estructura del no-todo produce que la respuesta del partenaire, o su no respuesta, sea experimentada como un estrago. Le retorna su demanda de amor infinito bajo la forma de estrago. Es una devastación infinita producida por ese goce Otro que hace a una mujer. Recordemos que “estrago” también es la palabra que Lacan utiliza para definir la relación madre-hija donde la madre puede tornarse un estrago para su hija. En esta relación hay lo que escapa a la regulación fálica, ese no-todo que las determina. Así, podría pensarse que vía un “hombre estrago” se establece la reproducción de la relación estragante madre-hija.
Puede considerarse el estrago femenino como una enfermedad del amor. Estrago y amor tienen el mismo principio que es el no-todo en el sentido de sin límites.
Cuando en la pareja prevalecen factores imaginarios y el amor se ha degradado en una identificación, donde la diferencia ha quedado reducida al mínimo y la dependencia mutua es extrema; si además la historia del sujeto ofrece un campo abonado, la agresividad y el odio están aseguradas.
Freud articula la pulsión
sadomasoquista con el amor. El odio opera como el reverso del amor y da cuenta
de algunas formas de amor y goce en la pareja. Goce en producir sufrimiento,
goce en ser objeto de maltrato.
La
subjetividad del maltratador y de la mujer golpeada
Existen parejas en las que su forma
de vincularse es la violencia y el maltrato. Puede ser un maltrato psicológico, abuso emocional, relación mantenida en el
tiempo. Una de las partes, es humillada, manipulada por el partenaire. Puede manifestarse a través de
insultos, celos, control, prohibiciones, restricción de los recursos
económicos; o puede llegar a ser un maltrato físico, golpes hasta el extremo
del asesinato.
¿Por qué se dejan maltratar las mujeres? En cuanto a la
subjetividad de la mujer, su narcisismo está seriamente comprometido y
debilitada su posición como sujeto de deseo. La demanda de amor femenina
comporta un carácter absoluto y potencialmente infinito. Es una demanda que
incide sobre el ser de la pareja y deja al desnudo su forma erotomaníaca: ser
amada. La mujer se vuelve más dependiente de los signos de amor de su
partenaire. En este hacerse un ser,
una mujer puede condescender a muchas cosas como al dinero, a la familia e
incluso a sus propios hijos. Lacan señala que no hay límites a las concesiones
que cada una hace para un hombre: de su cuerpo, de su alma, de sus bienes. En “Ideas directivas para un congreso sobre la
sexualidad femenina”, Lacan dice: “El hombre sirve de relevo para que la mujer
se convierta en ese Otro para sí misma como lo es para él.” (Lacan, 1960, 710)
El hombre puede inscribirse muy rápido
como estrago para una mujer, a partir de eso que revela para ella: el engaño
del amor. Devastadas por el amor, pero con su contracara demandante hacia el
partenaire, el amor puede así tomar las formas más locas. La persistencia de la
demanda deja a la mujer sometida a las exigencias sin límites de un otro real,
el superyó muestra su cara de imperativo.
La clínica nos permite
constatar los efectos subjetivos que tiene en algunas mujeres el encuentro con
un hombre, sobre todo en las locuras femeninas, que muchas veces son
desencadenadas por ese encuentro.
La pérdida del amor
tiene un efecto depresivo en el sujeto que cree perder parte de sí mismo y “no
ser ya nada”. Al contrario del goce fálico, el goce otro, suplementario,
sobrepasa al sujeto, este goce no identifica. Por ello surge la necesidad de
identificarse por el amor. A falta de poder ser “La mujer”, le queda la
posibilidad de ser “una” mujer elegida por un hombre. Ciertas mujeres no se
separan del hombre golpeador tan fácilmente, porque experimentan la prueba de
ser únicas para él. El golpe o los celos puede llegar a tornársele como un
signo de amor y quedan fijadas en una posición a pesar de que el acto agresivo
se repite y hasta se torna corriente, creyendo en las palabras de
arrepentimiento de él una y otra vez, albergando la esperanza de un cambio que
nunca llega. Esa solución inconsciente de sacrificarse para que el otro la ame
es la que ella encontró para tener un lugar. Al respecto es paradigmático
el tema de las mujeres que se saltan las órdenes de alejamiento impuestas por
los jueces, comprobamos que no es sencillo cambiar esas condiciones
inconscientes y por eso a menudo son las propias mujeres las que infringen las
órdenes de alejamiento y vuelven a vivir con sus maltratadores.
En cuanto al partenaire violento, la violencia es la
respuesta que él ha elegido para abordar la relación al otro sexo, lo que
encontramos es, en realidad, una debilidad de la que no se quiere saber nada,
que es compensada con la violencia. Es necesario aclarar que no es
necesariamente el hombre, sino quien está en posición masculina, en posición de
poseer al otro como objeto, como se ve en las parejas homosexuales donde los
malos tratos se pueden dar exactamente igual que en las heterosexuales.
Generalmente son sujetos en los que no hay
una implicación de sus actos. El culpable siempre es el otro. Suelen mostrarse
como sujetos poderosos, dignos e intentando controlar todo, aunque poseen
fantasías inconscientes de impotencia y desvalorización. Pero estos sentimientos
son proyectados en su partenaire a la que transforman en objeto degradado,
inútil. Para poder sostener su potencia sexual muchos requieren previamente
mostrar su violencia y someter al partenaire, sólo así es recuperable el deseo
sexual. Como nos recuerda Lacan en el Seminario VIII, en ocasiones lo sexual
solo puede reintroducirse de modo violento. Son hombres que interrogan
violentamente a la mujer para que les revele su goce enigmático. Confesión que
nunca será suficiente. A menudo se trata de personas enormemente dependientes
con un sentimiento inconsciente de inferioridad. La posible pérdida de su
objeto, de su pareja, los sume en una angustia insoportable. Le es insoportable
que la mujer, a la que toma como su pertenencia, tenga intereses y deseos más
allá de él. Son muy celosos, pudiendo transmitir la impresión de estar
totalmente enamorados, e incluso llegando a convencer de que su conducta se
basa y justifica por amor. Sólo el pasaje al acto hace de límite, temporal.
Considerado en la posición masculina, el pasaje al acto violento sobre una
mujer se suele revelar como una forma de buscar y golpear en el otro lo que el
sujeto no puede simbolizar, lo que no puede articular con palabras sobre sí
mismo.
La paradoja, dramática,
es que esa respuesta de aniquilación del otro implica muchas veces su propia
desaparición, ya que luego del asesinato se suicidan. A la destrucción del
objeto sigue, con frecuencia, el suicidio del hombre que, eliminado el objeto,
ya no puede sostenerse un minuto más en la existencia. Un análisis detenido
permite mostrar en cada caso la significación inconsciente por la que el sujeto
masculino no puede llegar a reconocer lo que está golpeando de su propio ser alojado
en el ser del otro, su pareja.
Recordemos que en la
enseñanza de Lacan la mujer es situada alternativamente en distintos lugares en
relación al hombre: como el falo, deseando a la mujer la convierte en objeto a, incluyéndola en el fantasma y como su
síntoma. Una mujer puede ser el síntoma del hombre porque puede representar lo
más irreductible de su goce. Una mujer como síntoma establece el anudamiento
del amor y el goce sexual. En definitiva, lo que puede permitir por parte del
hombre ese anudamiento, es dejar a una mujer existir como Otra, en su
alteridad, en su goce, soportando no alcanzarla más que con el goce fálico
sexual.
Para el hombre una mujer
siempre es un objeto a. Él elige a
una mujer, en tanto portadora de su a,
para gozar no de ella, sino de lo que en ella hace signo de su inconsciente.
Podemos decir que un hombre elige a una mujer en función de su inconsciente, de
los signos que reconoce en ella, signos de su goce.
Psicoanálisis:
El tratamiento de lo diferente
En conclusión: las leyes son
fundamentales y deben ser firmes contra el maltrato. Con la nueva ley sobre
Violencia de Género, el Estado intenta poner un freno a esta violencia cada vez
más desbocada. Y seguramente sean necesarias más leyes y medidas de protección.
Pero si esta vía es absolutamente necesaria, es evidente que se torna
insuficiente y el marco simbólico que aportan las leyes no puede subsumir y
erradicar la pulsión de muerte propia del sujeto. También la educación y
programas de prevención son muy importantes y deben transmitirse desde la
niñez.
Pero, debemos considerar que existe
lo irreductible de la posición subjetiva, el goce y lo inconsciente de cada
sujeto, que no logra modificarse con buenas intenciones, programas reeducativos
o sociedades evolucionadas. No considerar las modalidades de goce hace que no
se comprenda por qué las mujeres maltratadas saltean las restricciones
impuestas por la justicia o regresan junto a sus victimarios.
Lo pulsional no se educa totalmente, siempre
hay un resto inasequible a la regulación; existen las fijaciones al goce y,
para conmoverlas, hay que trabajar con las coordenadas singulares inconscientes
de la persona, es necesario un trabajo de análisis, de profundización de su
historia, trabajar sobre la causa de sus síntomas, para lograr que la persona
pueda sintomatizar su conducta y desee desembarazarse
de su sufrimiento, camino singular, alejado los tratamientos estandarizados,
normativos y educativos. El afán de erradicar la conducta patológica sin
contemplar sus causas deja a los protagonistas del drama sin la comprensión
necesaria para el cambio.
De la conjunción y articulación
entre estos dos factores, entre estas dos diferencias irreductibles, surge el
eje de coordenadas que permite un análisis y un posible tratamiento de la
violencia que toma a las mujeres como objeto.
Es abordando el modo en que cada
sujeto, del lado masculino y del lado femenino, se sitúa ante esta conjunción
de diferencias, la diferencia sexual y la agresividad constitutiva del Yo, que
es posible un tratamiento. Es necesario conocer
e indagar las determinaciones inconscientes que atrapan a la mujer, una y otra
vez, en una dependencia amorosa acompañada de maltrato: ella, si bien es
víctima de la violencia del hombre, es posiblemente también víctima de su
propia posición subjetiva.
Desde la cura se trata de abrir la
vía a la elaboración del no-todo, solo dando lugar a la falta, a lo Real que
anida en todo vínculo de pareja. Sabemos que la disparidad no puede arreglarse.
Es tarea del análisis trabajar las
elecciones fatales y su compulsión a repetir modelos de partenaire que los
dejan entrampados sin la posibilidad de un cambio en su posición subjetiva,
abrir a los sujetos la posibilidad de rectificar sus elecciones fatales que
están abocadas a un destino funesto. Poder pasar de la culpa a la
responsabilidad subjetiva.
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