Podemos partir de que hay una
operación que, sobre el sujeto, lleva a cabo Lacan a partir de Subversión
del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano (1991), la
misma acarrea considerar la subversión en función de la división por el
significante a la par que paulatinamente puede ir situando lo real en juego en
ella. Ya desde el título se evidencia que la operación señalada consiste en dar
cuenta, a partir de la estructura del grafo, de la subversión que el
psicoanálisis produce sobre el sujeto. Es obvio que el sujeto no es un concepto
privativo del psicoanálisis, la referencia hegeliana, esencial para Lacan,
implica una elaboración del concepto de sujeto. También de los planteos de Kant
se desprende otra óptica que hace del sujeto algo muy distinto que lo que
plantea Lacan, por citar sólo dos ejemplos. Uno de los puntos que destacamos
implica nuevamente al título del escrito, habla allí de dialéctica y es
precisamente de ese hilo del que Lacan va a tirar. Este escrito inicia un
camino que da cuenta de esta subversión que afecta al sujeto sin reducirla a la
división por el significante. Un primer modo en que esto se pone en forma es
respecto de aquello imposible de dialectizar, habrá entonces de lo
dialectizable y otra cosa, un hueso, imposible de abordar a partir de oposición
alguna, o lo que es lo mismo: hay de lo que se encadena y de lo que resta a ese
lazo.
Se parte entonces del sujeto y el
verbo utilizado es “situar”. El trabajo se orienta a situar al sujeto con
relación al saber. Este situar debe aquí entenderse en dos sentidos: primero se
lo establece, como concepto; segundo, se lo ubica, o sea se definen sus
coordenadas. Una de ellas, quizás de las más importantes, es ubicar al sujeto
respecto de las pasiones del ser en general y de la ignorancia en particular.
La nesciencia que lo afecta es una vuelta de tuerca sobre su división, lo
establece no sólo respecto de lo no sabido, sino también con relación a lo
imposible de saber. Primer punto que destacamos, el sujeto está dividido en la
medida en que se lo separa de la claridad de la consciencia de sí hegeliana. Es
la cuestión del sujeto lo que el psicoanálisis subvierte. Y este es un punto
sobre el que nos interesa detenernos particularmente, para lo cual vamos a
tomar una serie de planteos de Guy Le Gaufey.
El libro El
sujeto según Lacan (2009) se inaugura con una pregunta que enmarca con
precisión tanto el camino a seguir, como el horizonte de la articulación. Se
trata de recorrer los distintos estatutos que el concepto de sujeto sufre a lo
largo de la obra de Lacan y el punto de partida es interrogar la amplitud
semántica del término sujet en francés, el cual no sólo refiere a lo que
podríamos llamar el ser individual sino también incluye las dimensiones de:
materia, tema, asunto. Estas acepciones son también válidas en castellano, más
su uso es harto poco frecuente. Esta amplitud es considerada a partir de la
pregunta aludida: C’est á quel sujet?, la cual debería ser traducida,
según la traducción castellana del libro de Le Gaufey, como “¿de qué se
trata?”. La ubicación del término sujet en la pregunta, en el original,
abre el cuestionamiento respecto de ciertas maneras de considerar al sujeto en
una parte del lacanismo, el cual en muchas oportunidades queda reducido a la
persona, con la consecuente entificación del mismo. Esto es lo que encontramos
criticado en este libro.
Entonces, este giro, que Le Gaufey
ubica en Subversión del sujeto…, es la condición de posibilidad de la
aparición del concepto del sujeto como corte en la cadena significante. Por
cuanto el Otro carece del significante que pudiera nombrarlo éste se define en
una íntima relación al intervalo de la cadena, lo que introduce la dimensión
topológica, esencial, un horizonte en Lacan. Se trata entonces de un sujeto que
se sitúa a años luz del ego cartesiano.
La definición del sujeto como corte
en la cadena es solidaria, indisociable, de una determinada elaboración sobre
el objeto en psicoanálisis. Suscitamente es el paso del objeto especular al
objeto a como real. El corte, término indispensable, es el fundamento
conceptual y clínico tanto del sujeto como del objeto.
Estos desarrollos derivan hacia la
producción de la fórmula del fantasma $a.
Lugar donde se produce una soldadura, el atornillamiento. Se trata de una
fijación que sostiene al sujeto allí donde entra en fading, lo que lo
evidencia como solidario del corte en una relación íntima con lo intervalar.
Esta fijación conlleva una cierta modulación de la gramática que Le Gaufey
resalta: es un hacerse… tal o cual objeto. La gramática es, en este
punto, el modo en que el significante sonoriza lo mudo de la pulsión, el
hacerse indica además el modo del objeto que el sujeto “se hace” como manera de
obturar su falta de identidad, y que Le Gaufey ubicará respecto de la voz
causativa.
Es en la clase del 6 de diciembre de
1961 del seminario 9 donde hace su aparición la definición del sujeto como lo
que “un significante representa para otro significante.” Allí Lacan emprende la
tarea de caracterizar al significante oponiéndolo al signo, lo que le va a
permitir establecer al sujeto como una consecuencia del efecto significante.
Nos parece que es evidente entonces
cómo, desde el inicio, el sujeto es solidario de una estructura que rompe con
la perspectiva del espacio euclidiano, en el cual el interior y el exterior se
deslindan con claridad. No es el caso de la dimensión topológica en la cual, en
ciertas superficies, la diferencia entre lo interno y lo externo desaparece.
Esto es consonante con una de las hipótesis directrices de este recorrido: el
concepto de sujeto en Lacan, dado el estatuto de estructura que implica, deriva
necesariamente hacia la perspectiva topológica en general, y a lo nodal,
borromeo, en particular, de allí que cobre valor de horizonte. No
casualmente entonces, Lacan podrá afirmar que el nudo borromeo es el soporte
del sujeto.
Este sesgo topológico del sujeto
incluye a su vez un cariz que involucra una determinada lógica. Ambas,
topología y lógica, se aúnan para constituir no sólo un concepto determinado,
sino también un rumbo clínico preciso. La lógica en juego nos parece que queda
expresada en el trabajo de Le Gaufey en el capítulo titulado “La función
enunciativa”. Allí plasma un marco epistemológico que no duda en calificar de
postfregeano del sujeto que se articula al planteo de Foucault en La
arqueología del saber (1970). Entendemos que esta referencia deviene
necesaria por la función del corte que implica la producción de saber. El
sujeto es, en Lacan, inseparable de un corte; a la vez resta al saber por
cuanto no hay allí algo que lo represente acabadamente, de resultas de lo cual
debe enlazarse para tener un lugar de sujeto, enseguida iremos allí. Antes de
eso remarquemos que este carácter postfregeano del concepto de sujeto que Lacan
inaugura, conlleva un vaciamiento. Este vaciamiento reúne de algún modo las
consecuencias de los planteos cartesiano y fregeano respecto de los cuales el
sujeto en Lacan es tributario, a la vez que se instituye más allá de ambos, y en
ese más allá entra en juego la topología. Vaciado entonces, el sujeto carece de
identidad, está clivado, dividido, carente de ser y no es autoconsciente, o sea
no es reflexivo.
El valor de la función enunciativa
consiste en que ésta hace de vehículo para poder establecer el lugar del
sujeto, allí donde no puede nombrarse. Y el lugar, tal como lo entendemos, es topológico.
Lo que destaca es que, dado que
ningún significante nombra al sujeto, el foco se coloca en la función fálica, ɸ
(x). Ésta deviene una referencia para una posición del sujeto por cuanto éste
es sexuado y es el paso previo, en su desarrollo, para calificar la importancia
del soporte pulsional en el lugar del sujeto. La función enunciativa cumple
aquí su papel más cabal en la modulación del reflexivo hacerse, el cual
implica la introducción de la causación y la puesta en juego de una posición de
objeto del sujeto que responde allí donde el Otro carece del término que
pudiera nombrarlo. El sujeto se hace objeto causando el deseo del Otro y de
este modo es el mismo sujeto el que produce al Otro, como ilusoriamente
completo. Nótese el paso sutil de la ausencia de reflexividad del sujeto a lo
reflexivo de un verbo.
Pero no es cualquier forma reflexiva
de la que se trata, es la voz causativa. Ésta es una modalidad de los verbos
que implica una acción que toma un carácter reflexivo sobre el sujeto. Según la
Nueva gramática de la lengua española se diferencia de los verbos
pronominales, los cuales pueden tomar la forma se seca, por ejemplo. La
voz causativa en cambio implica una estructura gramatical que reúne al verbo
hacer más un infinitivo.
O sea que se trata de una acción que
recae sobre el sujeto pero que éste no realiza, sino que hace que otro
(Otro) la realice en su lugar: se hace chupar, mirar, etc. Entonces partimos
de un sujeto que carece de reflexividad, sin embargo es un sujeto que logra un
anclaje precisamente a través de una acción que reflexivamente le retorna, es
un “hacerse hacer” por parte del sujeto, allí está su parte.
Siguiendo esta línea se le plantea a
Lacan la necesidad de demostrar esta aporía que afecta al Otro y esto implica
un corrimiento si se quiere: es aquel que se da de la verdad al saber. Al
hablar del “rasgo de no Fe de la verdad” está indicando el punto donde el Otro
ya no puede constituirse en el garante del sujeto, tal como podía por ejemplo,
plantearlo en el esquema L. La orientación será entonces hacia el saber por
cuanto está agujereado, y por ese agujero se filtra lo real como imposible. En
esta senda el matema, S ()
viene a indicar una paradoja: falta un significante pero a la vez la batería
está completa. El razonamiento paradojal es el recurso lógico del que se sirve
a los fines de deslindar eso real inasimilable, producto de lo simbólico. La
paradoja es, en algún sentido, un recurso para demostrar, acreditar
lógicamente, por eso vale más por lo que tiene de obstáculo. Se irá tratando en
Lacan de demostrar eso real imposible, ya no sólo de decir, sino también de
escribir.
La referencia que nos permitiría
abordar lo que está en juego es la diagonal de Cantor, método ideado para
abordar el problema de si la totalidad de los números reales son o no contables.
Se trata aquí de deslindar lo imposible de contar, a partir de lo que se cuenta,
o sea el lugar del sujeto en la serie. En consonancia con esta acometida se
sirve de la perspectiva algebraica para transmitir lo que está en juego:
= S
S, el significante; s, el significado del lado de la razón y
el enunciado del lado de la consecuencia. Si S = -1, entonces:
-1s = s -1 = s .s -1 = s2 = s
En general
frente a este tipo de razonamiento nos invade el desasosiego, la inquietud nos
lleva a tratar de sacarnos esta dificultad de encima. Intentemos otra cosa,
pero no por el gusto de jugar con números, sino porque este número es una referencia
recurrente en Lacan. Por ejemplo cuando aborda el cogito cartesiano a través de
él en La identificación. Y estamos convencidos de que, si lo utitiliza
tan a menudo, alguna importancia debemos atribuirle.
En principio
digamos que es llamado en matemáticas, número imaginario. No nos dejemos
confundir por el nominativo, nada más lejos de nuestro imaginario que éste. Es
indudable que responde a una idea matemática abstracta en la cual el sentido
común no tiene nada que ver en el asunto, lo que se evidencia con lo absurdo de
plantear una raíz cuadrada de un número negativo, las raices cuadradas sólo
pueden realizarse en números positivos. Entonces la utilidad de éste no tiene
ninguna relación con un hipotético resultado, su función cobra relevancia a la
hora de poder despejar una ecuación que, en principio, parecería no tener
ninguna solución, por ejemplo:
x2 + 1 = 0
¿Qué número
al que le adicionaramos 1 daría como resultado 0? En ese problema cobra
relevancia este número imaginario, sirve por su valor operatorio respecto de
ideas complejas y abstractas. Es la manera algebraica, precisamente donde el
sentido no cuenta, de poder deslindar, recortar, aislar lo impensable, o sea
aquello reacio a la escritura por el significante, lo que impide que el sujeto
se reduzca al cogito, por eso toma lugar allí el nombre propio. Éste no es un
significante, es indecible, sólo bordeable desde la lógica o manipulable desde
la topología borromea. Si pudiera decirse conllevaría la realización del sujeto
por el cógito, o sea que el sujeto quedaría abarcado por el pensamiento. La
imposibilidad de esto, dado que el sujeto es solidario de lo impensable,
posteriormente lo no enumerable, afecta no sólo al sujeto sino también a la
estructura misma del Otro, y constituye una manera de escribir que en eso hay de lo
imposible de escribir.
La cuestión,
en su acepción de asunto, también de pregunta e incluso de problema (recuérdese
que casi practicamente partimos de interrogar el “asunto, cuestión” del sujeto)
es la existencia del sujeto. De allí la importancia de la pregunta “¿Qué soy Je?”,
que se conecta, no sólo con lo que daría identidad, sino esencialmente con
aquello a través de lo cual el sujeto aspira a hacer consistente al Otro allí
donde no existe, como completo. Y es por dos vías eminentemente clínicas en el
sentido práctico de los términos: el amor y el goce, que el sujeto realiza este
intento. A través del amor el sujeto intenta restituir la ilusión de la
completud, por ejemplo en la aspiración de llevar lo contingente del amor a una
necesariedad supuesta. Pero también vía esa satisfacción que Lacan denomina
goce, una pulsional y que está a cargo del sujeto, Lacan es explícito al
respecto en este escrito. Está a su cargo por su posición de objeto y el hacerse
hacer… que lo comanda; también porque, como dijimos, este a es la
causa del deseo a la par que el objeto de la pulsión.
Este no es
un punto de fácil transitar, dado que con mucha facilidad podríamos deslizarnos
hacia aquello que criticamos, la entificación del sujeto, lo abordaremos
entonces por el sesgo de la falla. Si el sujeto goza, esto testimonia de una
falla inherente a la operación de la ley, dado que el Padre prohibe gozar… del
cuerpo de la Madre. Sin embargo algo de eso resta, perdura. Incluso en La
lógica del fantasma (1966-1967) puede plantear este asunto en término de
aquello que el sujeto se llevó del cuerpo del Otro, entre los dientes, dice
incluso. Entendemos que el operador clínico que nos permite considerar este
problema es la culpa y la instancia psíquica a la que refiere, el superyo. El superyo
y la culpa que conlleva vienen a indicar ese empuje que del lado del sujeto
aspira a una satisfacción que está entramada con la prohibición. Desde luego
que no existe posibilidad alguna de que el sujeto transgreda el límite que la
prohibición impone, no obstante lo cual constituye un cierto empujar en ese
borde.
Ahora, el
goce tal como lo define en este escrito es una respuesta que se instala allí
donde la pregunta ¿Qué soy Je? es imposible de responder, a falta de la
esencia se aloja una satisfacción que la releva. El goce aquí es definido de un
modo claro, por un lado y como dijimos está a cargo del sujeto; pero además el
goce es inseparable de esa operación primera por la cual el cuerpo del sujeto
se desnaturaliza, con lo cual no puede ser considerado como algo inherente a la
materia viva.
En el seminario 13 (1965-1966) Lacan
realiza una articulación novedosa y rica en consecuencias, es la que se da
entre la verdad y la causa, retomando allí las cuatro modalidades de la causa
en Aristóteles, las causas del ser: material, teleológica, formal y eficiente,
y las articula a la verdad tomando las diferencias entre la religión, la magia,
la ciencia y el psicoanálisis. No recorreremos las cuatro y sólo nos
detendremos en el modo en que la verdad como causa se plantea para el
psicoanálisis.
Si en éste la verdad funciona como
causa es precisamente porque a ella, a la verdad, le falta el saber, si así no
fuera el saber devendría, hegelianamente, en saber absoluto, y uno de los
puntos de partida de Lacan en este recorrido es la imposibilidad, axiomática
diríamos, de hacer consistir un saber tal. Por un lado porque un saber
articulado a un campo unificado conlleva la expulsión del sujeto, es el caso de
la ciencia moderna. También porque es la estructura misma del discurso la que
impide que el saber tome esa consistencia y completud que implica calificarlo
de absoluto. La articulación aquí es palmaria: si el discurso se arraiga,
porque el significante tomó lugar en el Otro y porque el resto del advenimiento
del sujeto se instaló como causa de deseo, entonces el efecto castrativo afecta
a la estructura misma del Otro, sede del saber entendido como articulación
significante, y el sujeto se define como esa inconsistencia misma.
Se trata de la puesta en forma de la
división como nudo del sujeto que por tanto remite a la escritura de la
barradura del Otro: . Definir entonces al sujeto implica
la consistencia conceptual con la barradura del Otro, y esto por la dependencia
del sujeto del significante en su materialidad, el cual al desnaturalizar
produce el corte aludido, y esta definición requiere una cierta “acomodación”
de la posición del analista a los fines de sostener la subversión del lado del
sujeto y la barradura concomitante del lado del Otro. No dudamos en afirmar que
la rigurosidad tantas veces mentada en el psicoanálisis lacaniano es esa
acomodación exigida al analista.
Desde esta perspectiva entonces se
hace imposible separar a los conceptos psicoanalíticos de la práctica misma, y
Lacan así lo señala en la clase del 8 de diciembre de 1965 cuando afirma: “…esa
parte de nuestra praxis que se llama teoría”. La contundencia de esta
afirmación no deja lugar a dudas, se trata en la praxis analítica de cómo se
aúnan los conceptos con la práctica misma, sin que ese nudo, si se nos permite
pensarlo así, implique la prevalencia de uno de esos términos por sobre el
otro. La dimensión o el sesgo práctico del psicoanálisis no puede separarse de
los conceptos que le hacen de soporte; a la vez éstos últimos sólo pueden tener
validez en una práctica que se delimita por coordenadas precisas, una de las
cuales y fundamental es la acomodación de la posición del analista en la
transferencia en orden a viabilizar la hiancia propia del sujeto del
inconsciente.
Esa sentencia que enlaza conceptos y
práctica acentúa de algún modo el cariz fundamental de la estructura. Si el
analista es al menos dos, como dice Lacan, es porque por un lado se hace
necesaria su escucha, pero no desde una supuesta “pureza”, sino desde los
conceptos que le hacen de soporte porque la escucha ya presupone una posición y
de allí que el concepto de un concepto es inconsciente y tiene más que ver con
lo que se practica que con lo que se declama; y luego es necesario que teorice
esos efectos clínicos para que los conceptos tomen cuerpo. La necesariedad de
ambas instancias viene a funcionar de algún modo como la lógica del
significante, uno remite al otro y precisamente por la falta de una inmanencia
o sustancia última que diese identidad. Este modo de abordar la relación entre
lo conceptual y la práctica es tributario de un concepto de estructura que ya
fue definido con claridad desde La instancia…: anillos que se sellan en
el anillo de otro collar hecho de anillos. No sólo el agujero que le es
consustancial, sino también la dimensión topológica de una estructura tal.
Lo que Lacan está haciendo es una
consideración topológica de un problema ya delimitado. Es claro que dado que el
Otro carece del significante que pudiera darle identidad al sujeto, esto deja
un agujero a nivel de la enunciación, el cual queda remedado a la par que
evidenciado por la función gramatical del shifter. De distintos modos
pudo considerar esta cuestión a lo largo de muchos seminarios y escritos, por
ejemplo, cuando puede de alguna manera poner en serie a Descartes, la ciencia y
Frege en orden a destacar ese vaciamiento ya reseñado. Esta sucesión pone en
juego una consideración lógica que propende a ubicar el soporte lógico de la
serie significante a partir de la inscripción del número cero como Uno. El
“objeto cero” no es aquí más que la simbolización de una agujero que funciona
como causa material. Es el agujero que deja la falta del referente, donde
situamos la denotación. Entonces el 1 denota la falta de objeto que el símbolo
cero simboliza. Nótese ese deslizamiento por el cual la causa material consiste
en el agujero así entendido, creemos que esta articulación es coherente con el
planteo de Lacan respecto de esa definición de la estructura en La
instancia…: ¿qué otra cosa es un anillo sino un agujero enmarcado? O
también: al definir al significante por su valor diferencial,
desustancializandolo, ¿no homologa significante y agujero?: si se sigue este
planteo entonces la causa material toma, topológicamente, el valor de una
agujero.
La apuesta de Lacan a la estructura
toma forma tempranamente, fue lo que le permitió trascender la dimensión del
mito y los atolladeros que éste comporta. De la estructura significante como
punto de partida llega en el seminario 13 a un abordaje topológico de la
estructura del sujeto para poder deslindar el objeto que tal concepto de sujeto
implica. Por eso hará uso esencialmente de superficies topológicas uniláteras,
para tomar distancia de las tres dimensiones del espacio euclidiano, las cuales
son el soporte y constituyen el campo de lo intuitivo. Después, y no menor,
será el problema respecto de la posibilidad de sumergir o no estas superficies
en el espacio, pero allí ya estamos frente a la distancia entre lo que del
objeto es decible y lo que no. Estas superficies uniláteras son el recurso para
poder aislar ese agujero que deja la caída del objeto en el advenimiento
subjetivo, lo cual articula el objeto al borde, a la par que deslinda lo que de
real hay en el sujeto, porque el sujeto se entrama con la categoría de lo
imposible, entonces no es cualquier modalidad del objeto la que podemos suponer
operante a ese nivel. La pregunta es ¿cómo se estructura un agujero? Y esta
interrogación articula la división del sujeto, la caída del objeto y la
constitución de la estructura, soportada en S ()
como punto axial.
Bibliografía
-Foucault,
M. (1970). La arqueología del saber. (ed). México. Siglo XXI.
-Lacan,
J. (1991). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente
freudiano. Escritos 2: (ed). Argentina. Siglo XXI.
-Lacan,
J. (1961-62). El seminario: La identificación. Inédito.
-Lacan,
J. (1965-66). El seminario: El objeto del psicoanálisis. Inédito.
-Lacan,
J. (1966-67). El seminario: La lógica del fantasma. Inédito.
-Le Gaufey, G. (2009). El sujeto según Lacan. (ed). Argentina. El cuenco de
plata.